17.5.10

TranSantiago: La Cultura del Robo Oportunista

Nuevamente vuelve a subir el precio de la micros y esta vez si que todos tienen algo que decir (hasta nosotros). De alguna forma, de entre las cosas que se esperaban del gobierno de la derecha en nuestro país era el solucionar el problema del transporte de la capital; el claro y patente fracaso del sistema de planificación central al que se oponen, o se supone lo hacen, los liberales neoclásicos que han alcanzado el poder. Mal que mal, aquí es dónde las papas queman: si en esto no dan un claro giro marcador de diferencias, en cuanto a la gestión del sistema: simplemente no habría ya nada concreto con lo que se pudiesen realmente identificar y/o describir los lineamientos e ideales políticos que conforman al círculo denominado "Renovación Nacional" y al gobierno actual. Igualmente virtuales serían los argumentos de todas las voces de la derecha frente a la historia, intentando persuadirnos de que esta elección se ganó por propio mérito y que no fue simplemente un castigo a la concertación por sus malas prácticas.

Sin embargo, el señor Morandé, al igual que la mayoría de sus colegas cogobernantes, parece no comprender el verdadero peso épico que tienen las decisiones, medidas y políticas que él determine, gestione y tome, para su esquina de la pirámide socio-política-económica (y para el resto de los mortales). Y pesar del galleteo que puede significar la invitación al programa político del canal del que el jefe, al parecer, por fin se deshace; y de que los argumentos del "peineta" (a los cuales intentaré rendir homenaje con este embarullado comentario) pueden resultar incluso mas divertidos y enredados que su propia cabellera; el Ministro no fue capaz de responder con categoría por qué iban a devolverle la competencia a los alimentadores del TranSantiago: se remitió a una débil y temblorosoa excusa (casi como vampiro chino) diciendo que iban a mantener la planificación central en los troncales. Cabe preguntarse si los cabellos de medusa le convirtieron en piedra.

Esperemos que no halla llegado a tragar la magistral conclusión de que si el mercado determina los recorridos, la ciudadanía vaya a morir de floja. Yo le diría que no se preocupe, independiete del sistema, igual hay que caminar a la micro, pues no hablamos de un radio taxi. El tema viene a ser cuantas veces me tengo que trasbordar, con cuantas personas debo compartir el metro cuadrado en la micro y cuantas cuadras debo caminar. Y más alla de las consideraciones ético-filosóficas sobre la espiritualidad humana, en definitiva, por lo menos es más práctico hacerse las cosas más fáciles.

No hablo de quemar las naves, pero en definitiva si la cuestión está mal hecha y según algunos, "siempre es más fácil" desechar los problemas mas que intentar repararlos; bien podríamos hacerle la vida más fácil al ciudadano chileno que si usa el sistema (aunque sea por una vez en la historia). A veces conviene empezar denuevo que arrastrar un problema grave hasta las últimas: el que no se arrepiente de nada tampoco aprende nada.

Pero más alla de todo el temita, lo que salta a la luz es la poca comprensión del problema: el TranSantiago se creo con dos o tres argumentos, y por una sóla razón. Hay que recordar que nunca se dijo que los recorridos de las micros amarillas eran malos, el problema (se alegaba) era la contaminación, los asaltos a los micreros, la congestión, y etcéteras... El problema radicaba en gran medida en que los empresarios del transporte en Santiago tenían la sartén por el mango cuando llegaba el momento de tomar acciones (subir precios o demandar distintas cuestiones); algo así como lo que ocurre con los mineros pero en una microdimensión santiaguina; lo violento que le resultaban las interrupciones del sistema de transportes de la capital a los gobiernos de la concertación; el poder que tenían y ejercían aquel grupo de empresarios y la lucha de fuerzas negociadoras, que si hacemos memoria, hacía temblar a todo el país cuando ellos amenazaban. Esto último es en lo que el TranSantiago realmente ha sido increíble y silenciosamente efectivo: eso se acabó de un día para otro.

De que costó caro, costó caro. No me refiero sólo al subsidio, la destrucción del Metro, el déficit, el deterioro de las aterias principales debido a las vías exclusivas, la inversión, las muertes en el metro y el aumento de vehículos que ahora transitan (con su congestión y contaminación). Hablo también del gasto en fuerza policial, fiscalización municipal, trabajo de marca intenso e intensivo, en el 'prime time' de la televisión, tratando de meterle cosas y más cosas en la cabeza a la gente. Por suerte (para ellos) se han ocupado de que se mantenga la evasión por lo menos siempre sobre un volumen crítico-expiatorio. Pero a pesar de eso, la gente deja que "metan la mano" y mira para el lado. Porque acá en Chile la gente es mala fresca y oportunista, dicen, un problema cultural y ético; pero cabe preguntarse, por ejemplo, que harían los latinos y morenitos del Bronx si al inicio de un viaje de regreso a casa, de dos horas (con un par de transbordos en promedio), a las siete de la tarde, tuviesen que abordar, por la puerta trasera, un vehículo, que mide el doble de largo que un bus tradicional, repleto de gente parada entre él y el aparato por el cual debe utilizar su tarjeta prepagada para que le descuenten el pasaje.

Y no se trata acá de hacer una apología al que no paga. Aquél que evade es un ladrón en su particular contingencia porque está robando. Lo que no se puede decir es que el problema es de los chilenos por ser así. Un sistema así hubiese tenido los mismos resultados en todos salvo contados países, pero, mal les pese, todos sabíamos que el sistema era para Santiago de Chile de Latinoamércia, no era para Japón. Sería como si hubiese un terremoto cataclísmico y el gobierno dejase en total desamparo a las ciudades más afectadas por algunos días, sin preocuparse por mantener el orden civil. Y luego se alegase de que los saqueos y desmanes que cometieron los vándalos durante ese tiempo de abandono, sin electricidad, comunicación ni vías de transporte, fueran culpa exclusivamente del espíritu decadente de la gente del pueblo que lleva a las personas a hacer este tipo de cosas; y no a la inacción y ausencia de fuerzas estatales que mantuviesen el orden público. Sin desmerecer la imbecilidad del vándalo, el régimen del caos se debe mayormente, por no decir de manera exclusiva, a la incompetencia y exceso de cálculo político de quienes debieron ejecutar las acciones por las que todos pagamos y votamos. ¿Si un avión se cae, es culpa de los pasajeros morir por no tener alas? El pueblo de Chile no es peor que cualquier otro pueblo (aunque el ladron chileno es peor que el chileno promedio) asique no tiene sentido decir que los chilenos aquí y allá; ladrones hay en todos lados.

Pero si para un dueño de un pequeño local, no le es rentable tener cargadores de tarjeta. La gente le tiene rabia al sistema, se siente estafada y cree que lo justo es no pagar porque acá pega eso de que "ladrón que roba a ladrón". Sino preguntenle a Tomás Hirsch. Como puede ser que eso aún no lo hallan podido controlar, casi que es cosa de que el chofer no abra la puerta de atrás. Pareciera convenirles tener este comodín para subir el precio del pasaje (y de hecho, cada vez que se sube sale el tema de la evasión a la mesa). Es decir ¿como pueden seguir con un sistema de tarjetas prepagadas y sin posibilidad de pagar directamente con efectivo, o cobradores automáticos, ni nada, siendo un sistema con tan alta evasión que hace subir el precio sistemáticamente? ¿Que pasó con los sistemas de recarga "sin vuelto", para la tarjeta Bip!, que supuestamente iban a estar en "una buena parte" de la flota?

Asique, Sr. Morandé, no se preocupe al decir que quiere devolverle algo de competencia al mercado del transporte en Santiago; la pluma había llegado a una conclusión similar en pleno carmesí, poco antes del estalinismo; además, si es por hacer lo que hacen otros, eso es lo que hacen la mayoría de los países.

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