¿Cómo entendemos lo que pasó en Chile? Es un proceso que ha ido construyéndose a lo largo de años. Si bien no podemos dar una comprensión sencilla, para poder empezar a dar respuesta se necesita de distintas perspectivas, de una figura fundada en los discursos sociales diversos, divergentes y por sobre todo, complementarios. Por lo menos podemos construir algunas dimensiones de análisis:
La más inmediata y amplia de estas dimensiones está muy ligada a nuestra cultura y es la obstinación de voluntades agresivas y tenaces que han accionado, a través de la fuerza y de las asimetrías de la más variada naturaleza, diversos dispositivos en distintas dimensiones, para proyectar intereses más bien egoisticos de múltiples actores. Esto incluye cuestiones cómo el delincuente mismo en el acto de saquear, pero también el discurso del gobierno, que ha tenido demasiadas dificultades para poder asimilar la comprensión de este proceso cómo un descontento ciudadano, más allá del acto vandálico y del discurso de la otredad "enemiga" que les conviene significar. Esa obstinación también se ve en la articulación que hacen algunos sectores políticos del proceso, aunque no podemos dirimir si ante el huevo y la gallina ¿cuál fue primero? Tellier, sin embargo, llama al Presidente a renunciar, y uno se pregunta si eso ayuda. Quizá el partido Comunista debiese hacer una declaración explícita de que cree en la democracia. Pero sabemos también que Piñera no va a andar haciendo asambleas ciudadanas. Más parece que casi no le importa lo que pase en esta ciudad. Es de sospechar si realmente hubo alguna vez la intención de evitar el escalamiento de conflicto. Al contrario, la presencia policial ante la cuestión original de la evasión, por ejemplo, lo ha precipitado. Y es un escalamiento al que las autoridades y la fuerza pública no podían ni debían acudir de buenas a primeras, ni de forma abrupta. La fenomenología del ciudadano luego de un largo día de trabajo, un viernes en la noche en el que ve impedido el inhóspito y cada vez más caro viaje de regreso a su casa, ese viaje al que se ha debido someter durante todos estos años; la fenomenología de quién en cambio termina por hallarse entremedio de una disputa de manifestantes con carabineros, es un elemento que debería haberse mirado. El toque de queda tardío y mal organizado dónde necesariamente una reacción militar enérgica es impresentable en una primera oportunidad también es un problema. Este escalamiento gradual es característico de un manejo obstinado y torpe de la crisis. Recordemos que esto una cuestión que ya le había ocurrido a Piñera, quizás sin que le tomáramos el peso: el manejo de la fuerza es delicado y ojalá que no hayan más muertes.
Con todo, esa obstinación tiene un contrapunto que paso a enganchar perfectamente en lo que podríamos identificar cómo una segunda dimensión inevitable en cualquier crisis: la espontaneidad y las circunstancias inmediatas sobre las cuales esta se produce. ¿Qué es espontáneo y contingente? La ruptura de la matriz de agua que ya había ocurrido, dónde un sector bien concurrido en providencia termino inundado con aguas servidas. La ida del Presidente a celebrar el cumpleaños. Estos elementos, por ineludibles que parezcan, deben ser siempre cautelados, y Piñera tiene ese problema (desde el “marepoto”). No conviene salir a decir que cuidemos al sistema y no nos atropellemos los unos a los otros con el Senador Quintana parado al lado.
Este elemento a su vez se equilibra en su propio mérito con lo que es la cuestión más interactiva, una tercera dimensión que envuelve las relaciones humanas subyacentes. Y aquí no basta con reconocer y estar preparados para lo que puede traernos la tan vista y creciente capacidad de organizar y conectarse en red, haciendo uso de tecnologías articuladoras de desconocido potencial. También hemos de reconocer que se ha forjado un gradiente de moralidades tan vasto en nuestro país, dónde para cada grupo de personas manifestantes, hay otro que dibuja la línea de lo aceptable un poco más allá, y otro tanto incluso un poco más allá. Es la polarización de las mentalidades y la proliferación de diversidades, tan grande y exacerbada. Esta pone en jaque la gobernabilidad de un sistema electoral democrático – que no ha querido ser uno de gestión democrática.–
Así, una cuarta dimensión que le hace el peso a esa nueva socialidad es el modelo de desarrollo hegemónico imperante, basado en las élites, las asimetrías de poder y los cismas sociales. Piñera, por lo pronto, no ha hecho nada: siguió con un keynesianismo elitista ochentero ridículo, “del chorreo”, y que ni siquiera arregló los problemas de delincuencia, sino que esperaba que la proliferación de las grandes empresas fuese la panacea de un sistema que solo se mira el ombligo y mide los famosos índices ad hoc. Pero hay crisis económica, las horas de trabajo no se pudieron acotar, el metro sube y el sistema es indudablemente injusto e insufrible. Así, debemos incluir además en esta categoría al Transantiago, resultado de una política de planificación central elitista, de una economía y de una eficiencia casi soviéticas, a las que han estado sometiendo a la ciudadanía durante tantos años. Un elemento práctico que abordar de inmediato, en un país en déficit, es cómo reparar el transporte público y llevarlo a una solución de mercado, que tenga esa componente evolutiva e iterativa que cercenó el diseño desde las cúpulas.
Una quinta dimensión que mantiene el balance y complementa el problema del modelo de desarrollo son los motivos, significados y afectos subyacentes de todos los actores. Este factor también debe ser tenido en mente porque el descontento con las élites, a nivel global, se combina con la sensación de desamparo, alienación y marginación. Más aún el desenfado con el que se percibe a la clase político-empresarial es explicativo de la sensación de injusticia que se halla tras esta crisis. Desde el consumerismo, por ejemplo, las imágenes que proyectan Aguas Andinas, Metro, o el propio Gobierno son una vergüenza. Por eso, observamos que el ataque se dirige a los supermercados, a los servicios de impuestos, a edificios cómo Enel. Hay un simbolismo de indignación tras esto pero en este punto, no tomar una posición ultra se torna crítico.
Y esa dimensión más interpretativa entra a conjugarse con los hechos más obvios y reales, la creatividad y el ingenio oportunista que lamentablemente aparece. Lo vemos en ese individuo que saquea, pero lo vemos a todo nivel. Esta sexta dimensión es la que sostiene el discurso de indignación también: los supermercados, las farmacias, los políticos, el sistema judicial, las fuerzas armadas: todo corrupto. Todo esto lamentablemente engancha incluso con nuestra cultura hispanoamericana con tantas perspectivas deficientes en lo que refiere a las relaciones humanas y que nos anclan al subdesarrollo. Tal es el caso de ese arquetipo del ladrón astuto, “avivado”, en Chile a veces lo asociamos al “roto chileno” o al “leso”, que es cívico y que sigue las reglas.
Y sería poco realista no considerar una séptima dimensión que le hace el contrapeso a la idiosincrasia de la colusión y del ingenio creativo mal entendido: el populismo indulgente y condescendiente, cuestión a la que nos mal acostumbramos con Bachelet, toda vez que soltó a los delincuentes por problemas de infraestructura en las cárceles, o que, si recordamos, por ejemplo, figuraba en los medios relativizando el valor del derecho a la propiedad. Evidentemente este tipo de receptividad mal entendida es una dimensión que no ha contribuido y que incluso se conjuga, a su vez, con la primera dimensión que planteábamos: esa torpeza y esa obstinación del gobierno al usar la fuerza, y de todas las partes al intentar plantar y sostener sus intereses por la fuerza.
Se necesita de forma urgente entonces una declaración firme de la clase política que es la que sistemática e irresponsablemente ha venido fallando durante años y termina por provocar de forma irresponsable este tipo de crisis social al movilizar con una irresponsabilidad negligente, displicente y sin precedentes, todas las posiciones irresponsables que les son funcionales para mantener su poder estanco ¿Cómo justifican su existencia si ocurre esto? ¿Hasta cuando destruyen la fibra social con el discurso del "enemigo"? Se necesita una declaración que se responsabilice y aborde el problema de forma integral, para bajar la ansiedad de la ciudadanía, en breve, evitando que la violencia siga creciendo. Algunos aspectos a tener en consideración son: congelar el alza en las ISAPRES y AFP y la congelación de tarifas en el transporte público, en la luz y el agua, en autopistas. Volver a poner sobre la mesa por lo menos, el proyecto del máximo de horas de trabajo. Un plan de reducción o proporcionamiento de sueldos justos para los parlamentarios (si no es inmediato, que sea gradual). Además se debe reestudiar la estructura del sistema financiero cómo un sistema que se ha enrarecido, donde está a la vista que los ciudadanos están obligados a financiar mediante imposiciones, seguros, fondos, multas, intereses, gastos, impuestos, contribuciones obligadas y otros mecanismos legal e ilegítimamente institucionalizados, de la más variada naturaleza, el negocio de los bancos. Es evidente además que estos últimos financian a su vez, en condiciones abusivas, con ese mismo dinero, a la gente. Se debe elevar un plan continuo y permanente de escucha ciudadana a través de, por ejemplo, cabildos (haya o no asamblea constituyente), y un proyecto serio de trabajo para democratizar el sistema de gestión de gobierno, haciendo el mejor uso de los sistemas de información que estén disponibles, y que aseguren que la democracia no sea sólo electoral. Y por supuesto, han de abordar de inmediato la restitución de un sistema de transportes digno, esto es, abolir ‒ llámese descentralizar, permitir la participación de privados, la libre competencia y quitar aunque sea gradualmente todas las trabas de mercado ‒ en esa industria. El metro debe ser reestablecido en cuanto sea posible.
20.10.19
Manifestaciones en Chile: Sorpresa Inexplicable
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